La regla fundamental que dice que el juego no es ningún juego, sino algo tremendamente serio, hace que la vida sea un juego sin fin, que sólo la muerte acaba. Si esto ya resulta bastante paradójico, aquí tenemos una segunda paradoja: la única regla que podría poner fin a este juego tan serio no es ni siquiera una regla de este juego. Tiene varios nombres que en el fondo significan lo mismo: honradez, confianza, tolerancia.
Como canta el abad, responde el sacristán. Ya lo sabemos de cuando éramos niños. Y también comprendemos que debe ser así; pero sólo hay unos pocos felices que lo crean. Si lo creyéramos, también sabríamos que no sólo somos los creadores de nuestra desdicha, sino que del mismo modo podríamos crear nuestra felicidad.
Este libro empezó con Dostoievski, y tiene que finalizar con él. En los Demonios, dice uno de los personajes más enigmáticos que Dostoievski jamás creara: «Todo es bueno..., todo. El hombre es desdichado, porque no sabe que sea dichoso. Sólo por esto. ¡Esto es todo, todo! Quien lo reconozca, será feliz en el acto, en el mismo instante...» Tan desesperadamente simple es la solución.
Paul Watzlawick. "El arte de amargarse la vida"
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