jueves, 3 de julio de 2008

Alegría por la dicha ajena

Es increíble lo contento que nos puede poner ver la dicha de los otros, aunque esos otros sean desconocidos y estén muy lejos de nosotros.
Ayer escuchaba la radio cuando la programación se interrumpió: habían liberado a Ingrid Betancourt y a otros rehenes de las FARC. Me dio mucha alegría. Hasta pensé en llamar a mis seres queridos para contarles y compartir la noticia. Pero me pareció excesivo interrumpirlos en sus tareas y me contuve. A la noche, cuando hablé con ellos, los noté muy contentos. Y también se veían dichosos los periodistas que hablaban de ese hecho que había eclipsado a todas las otras cuestiones.
Si eso pasaba acá, en Buenos Aires, imagino el inmenso regocijo que debe haber invadido a los colombianos y, más aún, a los allegados a los liberados.
Un párrafo aparte merece la serenidad demostrada por Ingrid, tan lejos del revanchismo, de los agravios, del odio, de la venganza. La experiencia en cautiverio parecen haber templado su espíritu (aunque habría que ver cómo era antes, no lo sé) y, según dice, el aferrarse a la oración la ayudó a mantener la paz. Ver su actitud nos hacer seguir creyendo en la bondad del género humano, a pesar de todo...

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