En estas épocas escépticas parece insano que uno declare que cree en el ángel de la guarda. Pero yo sí creo. Y no sólo creo, sino que sé que le doy bastante trabajo.
No es que mi ángel ande haciendo grandes cosas -quizás sí, y no llego ni a darme cuenta gracias a su auxillio preventivo- sino que estoy convencida de que me ayuda en todas las pequeñas.
Para algunos serán pavadas, pero yo suelo agradecerle cuando:
- Encuentro mi lente de contacto, que suele saltar de mi mano hacia lugares insólitos.
- El único ascensor de mi edificio se encuentra en planta baja, esos días en que esperarlo equivaldría a suplicio.
- El colectivo que debo tomar aparece justo en el momento en que llego a la parada.
- Un libro agotado aparece frente a mí en la estantería de una ignota librería.
- Recuerdo, justito antes de cerrar la puerta, de que me olvidaba algún elemento imprescindible para el buen desarrollo de mi día.
- Un botón de mi blazer exige ser cosido, por lo cual retraso mi salida y evito ser víctima de un asalto.
Algunos dirán casualidades. ¿No es más bello pensar en mi ángel?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario