“Te admiro la paciencia”, me dice una practicante que viene a observar mis clases. “Es increíble la paciencia que les tenés”, me repite una alumna mirando con incredulidad a sus compañeros, un poco menores que ella. Otros profesores, a quienes he tenido como alumnos en el doctorado, remarcan mi calma y tolerancia
¿Pero de qué paciencia hablan? Si supieran… Soy impaciente y ansiosa por naturaleza. Un único ejemplo: puedo enloquecer cuando quien está delante de mí en la caja de un supermercado tarda en sacar las cosas del changuito, no se decide a empezar a guardar o medita con qué tarjeta va a pagar. Me callo, pero me carcomen las ganas de acelerar el proceso.
Mi “paciencia” en el aula es únicamente producto del “oficio”, de mucho oficio. No es virtud innata, sino conquista sufrida. No me irrito ni me altero entre esas cuatro paredes sólo porque aprendí a tratar con los estudiantes y porque estoy convencida de que “sacarme” es tan malo para ellos como para mí.
Sólo cuando estoy muy cansada y me topo con alguien especialmente agresivo y soberbio, puedo perder un poco el control. Las veces que ha ocurrido, el resultado no me gustó.
¿Pero de qué paciencia hablan? Si supieran… Soy impaciente y ansiosa por naturaleza. Un único ejemplo: puedo enloquecer cuando quien está delante de mí en la caja de un supermercado tarda en sacar las cosas del changuito, no se decide a empezar a guardar o medita con qué tarjeta va a pagar. Me callo, pero me carcomen las ganas de acelerar el proceso.
Mi “paciencia” en el aula es únicamente producto del “oficio”, de mucho oficio. No es virtud innata, sino conquista sufrida. No me irrito ni me altero entre esas cuatro paredes sólo porque aprendí a tratar con los estudiantes y porque estoy convencida de que “sacarme” es tan malo para ellos como para mí.
Sólo cuando estoy muy cansada y me topo con alguien especialmente agresivo y soberbio, puedo perder un poco el control. Las veces que ha ocurrido, el resultado no me gustó.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario