viernes, 28 de septiembre de 2007

Lecturas de Septiembre

"El siglo de las luces" de Alejo Carpentier

Cada vez estoy más convencida de que para entender el espíritu de una época nada mejor que leer una buena novela en que su autor se haya tomado el trabajo de recrearlo. Eso es lo que hace Carpentier en esta historia, donde los cambios políticos que produce la Revolución francesa llegan a las Antillas y la transforman, aunque no siempre de manera positiva.
Las vidas de los personajes no resultan siempre atrapantes, pero su presencia en momentos clave las convierten en importantes y permiten que el lector entienda las contradicciones del momento. Un libro para leer detenidamente.

“Se sentía cura frente a los anticuras; anticura frente a los curas; monárquico cuando le decían que todos los reyes (...) habían sido unos degenerados; antimonárquico, cuando oía alabar a ciertos Borbones de España. ‘Soy un discutidor (...) Pero discutidor conmigo mismo, que es peor’.”



"La broma" de Milan Kundera
Es la primera novela que escribió Kundera. Pero para mí, que ya he leído todas las anteriores, es la última. Hace años que quiero comprármela y recorrer las páginas de mi propio ejemplar, pero fue imposible encontrarla. Por ahora falta en mi biblioteca. Así que no me quedó otra que pedirla prestada.
Me gustó. Es una obra de juventud. Más sencilla, más ordenada, más tradicional que sus posteriores trabajos. ¿Menos pretenciosa? Tal vez. Si yo hubiera empezado por este libro creo que no me hubiera sumergido con tanta la fascinación en los textos de Kundera. Para mí, la primera novela fue "La insoportable levedad del ser", que me enloqueció y me hizo devorarme una tras otras todas sus novelas.

“Le repliqué que no temía nada contra eso, que siempre había sido una ferviente de la alegría, que nada me irritaba más que todas esas melancolías y depresiones sin motivo, me retrucó que mi profesión de fe no quería decir nada, que quienes proclamaban la alegría eran, en su mayoría, los más siniestros (...)”


“Todas eran verdaderas: yo no tenía, a semejanza de los hipócritas, una figura auténtica y rasgos engañosos. Sino muchas caras porque yo era joven y no sabía yo mismo quién era y quién quería ser. No impide que la desproporción existente entre todas esas caras me diera vértigo; a ninguna de ellas me adhería por completo y detrás de ellas yo evolucionaba atolondrado, a ciegas”.

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