No me gustó. Así de claro. Las idas y vueltas de los personajes me perdieron. Los desvaríos paranoicos me agotaron. La novela no logró despertar mi intriga. Tal vez Sabato nunca se lo propuso -concedo- pero como lectora quiero saber a dónde voy: si estoy en un laberinto y tendré que pasar varias veces por el mismo sitio, quiero saberlo. En la última página sentí que el libro podría haber terminado 200 hojas antes o 200 después. Una lástima porque “El túnel” y “Sobre Héroes y Tumbas” me habían cautivado.
Pero destaco una idea que aparece en el texto y que comparto, aunque muchas veces olvido. Olvido, y explico, y quiero que me expliquen y sugiero que se expliquen. Errores y más errores.
“El mito, como el arte, es un lenguaje. Expresa cierto tipo de realidad del único modo en que esa realidad puede expresarse, y es irreductible a otro lenguaje. Te pongo un ejemplo sencillito: acabás de oír un cuarteto de Béla Bartók, salís y alguien te pide que se lo “expliqués”. Claro, nadie comete semejante idiotez. Y sin embargo hacemos eso con un mito. O con una obra literaria”.
Hay otra parte del libro que me recuerda porqué soy periodista (¿escritor mediocre?) y porque nunca podré ser escritora. Me falta una obsesión (y no me quejo).
“Solo los escritores mediocres pueden escribir simple crónica y describir fielmente (qué palabra hipócrita!) la realidad externa de una época o de una nación. En los grandes, su potencia es tan arrolladora que no pueden hacerlo aunque se lo propongan”.